La primera parte de mis vacaciones transcurrieron en Huelva. Una semana por la costa de la luz, que permite al visitante desconectar, recorrer playas vírgenes inmensas protegidas por las dunas, y comer divinamente a base de productos ibéricos y buen “pescaíto”. Ya son dos veces las que nos hemos decantado por Huelva para pasar una semana en verano, y puesto que cada vez que lo digo la gente se extraña, os diré que es de las pocas costas vírgenes que quedan en España. Es espectacular y la tranquilidad lo impregna todo.
Ya en agosto, en mi segundo periodo vacacional nos decidimos por Cerdeña, una isla a la que parece que sólo ha llegado el turismo italiano. A pesar de ser una isla, es grandísima, y en una semana apenas te da tiempo a conocer algo, pero lo que conoces te deja con ganas de más. Un contraste de paisajes impregna Cerdeña, que pasa en un momento de la imagen de minas abandonadas, a montes verdes y dunas de siete metros que ocultan el mar. El agua es la más transparente que os podáis imaginar, y cuando te das un baño lo último que te apetece es salir de esas aguas cristalinas.
Pero después de pasar el verano de la mejor manera posible, vuelve septiembre. Y no es que septiembre sea malo, pero lleva implícita la vuelta a la rutina, al trabajo, la llegada del frío, de los días más cortos… Se acaba todo eso que hace especial el verano.
Ánimo y a llevarlo con humor, que seguro que ayuda. Yo, de momento, intentaré recuperar la rutina de escribir en este espacio. Y por supuesto, apuraré el verano porque aún no se ha acabado. Queda tiempo para algún que otro día de playa y para algún mojito, ¿no?
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